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Plaza Bolívar de la ciudad de Mérida

Nombre: plaza Bolívar / plaza Mayor.

Año: 1559.

Tipo de patrimonio cultural: tangible / inmueble.

Administrador custodio o responsable: alcaldía del municipio Libertador y Corporación Merideña de Turismo (Cormetur).

Historia
Descripción
Valores patrimoniales
Situación actual
Ubicación
Fuentes consultadas

Historia

La antigua plaza mayor de Mérida, denominada luego como Bolívar, corazón y raíz de la ciudad, tiene su origen en el proceso de fundación (1558 – 1559) y asentamiento definitivo de la urbe en la meseta de Los Tatuy el 6 de mayo de 1559, la cual será el centro funcional y dinámico en cuyos espacios tendrá lugar los hechos que marcaron la vida y la cotidianidad de quienes, procedentes de la península Ibérica, establecieron como suyos un territorio ya habitado por comunidades aborígenes.

Primera etapa: plaza libre (1559 – 1895). El modelo de plaza implementado en la ciudad de Mérida desde 1559, cuyas características permanecerán hasta finales del siglo XIX, es el de plaza libre o seca, definida por el arquitecto Christian Páez Rivadeneira,como un lugar de arribo y “escenario de las más variadas manifestaciones de la cultura” en el tiempo. Es decir, es un espacio multifuncional, adaptado a las diversas necesidades de los pobladores emeritenses, convirtiéndose, como en toda ciudad hispanoamericana, en el epicentro de las actividades económicas, políticas, religiosas y sociales.

Alrededor de la plaza se instaurarán las distintas instituciones representantes del poder religioso, público y administrativo. Así, encontramos en la esquina este la iglesia parroquial de San José (1591 – 1603), elevada luego a catedral (1785); en la esquina sur, el templo de San Felipe y la Casa Consistorial (1600), posteriormente sede del Palacio Municipal, cárcel pública y cuartel; y en la esquina norte, el convento de San Juan Bautista de Santa Clara (1651), primera institución de mujeres en la región.

En la plaza, durante el primer día feriado, el pregonero “a son de caja de guerra” anunciaba las diferentes normativas que a través de los bandos de buen gobierno eran promovidas por el ayuntamiento merideño con la finalidad de garantizar el “buen vivir” entre los pobladores. Muchas veces a los vecinos “estantes y habitantes” se les ordenaba mantener limpias sus pertenencias de calle y solar, que “por ningún caso” se realizaran bailes de noche “por las muchas ofensas que se siguen contra la Magestad Divina y otros perjuicios que de ello se siguen”; o se les invitaba a participar en alguna actividad festiva, como la proclamación del rey don Carlos IV, el 9 de diciembre de 1789, etc.

La esquina norte de la plaza será asiento del mercado público, autorizado para funcionar legalmente a partir de 1620. Allí, cada domingo los vecinos procedían a vender sus frutos y mercaderías, que salvo algunos imprevistos como los suscitados en 1799 por el cobro de alcabalas, se mantendrá en pleno funcionamiento hasta el 9 de febrero de 1895, cuando es inaugurado un edificio para tal fin, ubicado en la antigua sede del Convento de San Juan Bautista de Santa Clara.

Mercado en la plaza Bolívar de Mérida, Venezuela, a mediados de 1869. Dibujo de Antón Goering.

Mercado en la plaza Bolívar a mediados de 1869. Dibujo de Antón Goering. Digitalización: Samuel Hurtado Camargo.

Una acuarela del naturalista alemán Christian Antón Goering (1836 -1905), nos ilustra el panorama a mediados del siglo decimonónico, en la que se aprecian las pequeñas tiendas en la plaza principal, acompañadas de un concurrido número de vecinos vestidos a la usanza. Asimismo, en sus escritos nos señala que los lunes tenía lugar el “gran mercado”, considerado por él como “el más interesante de Venezuela”, ya que se traficaba “con productos de los climas más diversos” y se ofrecían a la venta helados de fruta “preparados con hielo natural traído de la Sierra Nevada”. Los días de mercado, subrayaba Goering, ofrecían la “oportunidad de conocer las gentes circunvecinas”, que sobre el lomo de mula, bueyes y asnos, llevaban sus mercancías hasta la ciudad andina.

La plaza Bolívar de Mérida, Venezuela, en 1869.

Preparativos para la Fiesta de Corpus Christi a mediados de 1869. Dibujo de Antón Goering. Digitalización Samuel Hurtado Camargo

A la plaza mayor concurrirán los merideños para asistir a las liturgias efectuadas en el templo Mayor, -dedicado en un principio a San José y después a la Inmaculada Concepción-, especialmente durante los días de las fiestas anuales, de Semana Santa o de Corpus Christi, y acompañarán al cuerpo clerical en las diversas procesiones religiosas que partían de la iglesia, siendo adornadas las esquinas de la plaza con distintos arcos y altares. Actividades religiosas a las que muchas veces le seguían las fiestas “populares”, como bien se desprende de un acta del cabildo emeritense fechada el 16 de enero de 1797, en donde se comisionaba a un grupo de “sujetos” para la realización de dos comedias y tres días de toros en el día de la “Purísima Concepción”.

En los años 60 del siglo XIX, la “fiesta de toros” se seguía realizando en la plaza principal. Según Antón Goering, dichas actividades rompían en algo “la monotonía de la vida” en la ciudad, en donde, “bajo los estridentes acordes de una música” que aturdían a los oídos era conducido el toro al ruedo, se le hacía correr de un lado para el otro de la plaza, a la que “consentía” con “bastante buena voluntad”. Pero si al animal se le ocurría quedarse parado o hacer frente a la persecución, “para gozo de los espectadores, los esforzados campeones emprenden la huida”.

Pero no todo era fiesta y alegría, la plaza fue también el escenario idóneo para administrar justicia y castigo a quienes infringían las leyes y atentaban contra el cabal funcionamiento de la vida en la urbe. Por eso, desde el mismo momento de definición de la plaza, se instaló en su centro el rollo u horca de piedra, de forma redonda o de columna, en donde eran ajusticiados los “malhechores”. Un hecho singular fue recogido por Eduardo Picón Lares en sus Revelaciones de antaño (1938), quien de forma anecdótica relata el alboroto que causó en 1805 el enjuiciamiento por la horca a un forajido a quien se le “habían cerrado todas las puertas del perdón”, pues, el “macabro” suceso había ocasionado cierto “terror” entre las monjas del convento de “Las Clarisas”, quienes presenciaron dicho suceso.

La plaza servía igualmente como lugar de distribución de agua a los vecinos. Así, desde 1804, según información de don Tulio Febres Cordero registradas en su Clave histórica de Mérida, se construyó en el centro de aquel lugar una pila o fuente de agua, la cual dejó de funcionar en 1859, cuando sus tubos fueron utilizados para hacer balas, entrando nuevamente en funcionamiento en 1875, hasta que en 1895 fue destruida con el objeto de erigir “otra mejor”, pero como es señalado en una nota de El Centavo, del 24 de marzo de 1900, para la fecha no se había construido otra pila.

Mercado en la plaza Bolívar de la ciudad de Mérida, Venezuela, en 1873.

Mercado en la plaza Bolívar en 1873. Colección Biblioteca Nacional de Venezuela.

Segunda etapa: plaza de paseo o jardín (1895 hasta el presente). Por más de tres siglos la plaza mayor de Mérida conservó su carácter multifuncional que había sido aplicado durante la Colonia y las primeras décadas de la República. Posteriormente, a finales del siglo XIX, se implantará el modelo francés utilizado en la plaza Bolívar de Caracas (1874), conocido como plaza de paseo o jardín, concebida como un espacio para embellecer la ciudad, escenario de las conmemoraciones cívicas y culto a los héroes, en la que el monumento centralizado es el elemento jerarquizante. En fin, la plaza deja de ser un lugar de arribo y pierde su carácter polifuncional, transformándose en un espacio limitado orientado a la contemplación y al paseo momentáneo. Dicho proceso fue ejecutándose de manera paulatina, con altibajos y retrocesos, en un período de varios años, aproximadamente entre 1884 y 1930.

Para el mes de octubre de 1884, de acuerdo a una publicación de la Gaceta Oficial del Estado Mérida, fue conformada la Junta de Fomento de la plaza Bolívar, que se encargaría de los trabajos de embellecimiento de la ahora denominada plaza Bolívar, que comprendía la nivelación y arreglo del área de la plaza, de las calles y avenidas adyacentes, en la que se construiría un enlosado de 21 centímetros de alto y un metro 20 centímetros de ancho, quedando el “resto de la faja” de las calles y avenidas compuestas de un “empedrado fino y firme con un declive del 3 %. Por su parte, se disponía levantar en el área de la plaza una faja de empedrado de 2,25 metros de ancho y 21 centímetros de altura, “y ocho avenidas que converjan en la pila actual, cuatro en las diagonales y cuatro en los intermedios”. Para dicha labor, el ejecutivo regional asignó la cantidad de 8000 bolívares y estableció como director de la obra al ingeniero Jacinto García Pérez.

Un año después, el 20 de diciembre de 1885, el presidente del entonces estado Los Andes, general José F. Arria, motivado a la paralización de los trabajos de embellecimiento de la plaza Bolívar, emitió un decreto autorizando a la junta respectiva para que procedieran a vender los “materiales a depósito” que iban a ser utilizados en la remodelación de la plaza. Tal disposición demuestra que poco o nada se hizo de lo estipulado en la propuesta formulada.

Posteriormente, en diciembre de 1894, la Junta del centenario de Antonio José de Sucre promovió una suscripción pública con el objeto de “atender” el embellecimiento de la plaza Bolívar y erección de un busto del Libertador. Sin embargo, como lo señala José Ignacio Lares, lo “angustiado” del tiempo impidió terminar los citados trabajos para el día de la apoteosis al Gran Mariscal de Ayacucho, celebrada en febrero de 1895.

Según una nota de prensa publicada en el diario El Comercial, el 25 de marzo de 1895, “muy pronto” iban a empezar las labores de embellecimiento de la plaza, para lo cual fue conformada una junta constituida por “ciudadanos progresistas y patriotas”, quienes de seguro harían todo “con gusto, propio de nuestra principal plaza y del monumento que va a erigirse”. Lamentablemente, no fue así; en el mismo rotativo, en su edición del 25 de abril, se afirmaba que la plaza se encontraba en total estado de desidia: “sucia, muy sucia y cubierta de matorrales”. Denuncia que fue reiterada el 10 de agosto, en donde enfatizaban que los “matorrales, basura y dejo” eran los adornos principales de la plaza.

Ante tal situación, el presidente provisional del estado Los Andes, doctor Jesús María Rivas Mundaráin, como “demostración de la cultura” del pueblo merideño y “homenaje cariñoso al Padre de la Patria”, decretó nuevamente los trabajos de remodelación de la plaza que incluía, en términos generales, el relleno, terraplén y construcción de las avenidas y paseo circular; colocación en su centro de un “hermoso” surtidor de bronce, en cuyo alrededor se instalarían cuatro columnas de hierro con cinco faroles cada una. Asimismo, se tenía previsto distribuir alrededor de la plaza 40 faroles; 8 escaños de hierro y 16 de madera, y 32 maceteros “engalanados de parásitas y flores”.

Para ello, se invirtieron 72 000 bolívares y se asignó al ingeniero peruano Pedro Dávalos y Lissón (1863 – 1942) la dirección de las obras. Por su parte, el mobiliario y adornos para la plaza como ranas, patos, surtidores de agua, columnas, bancos de hierro, lámparas, etc., fueron solicitados a la casa J. W. Fiske de Nueva York, y los 16 bancos de madera y maceteros se le encargaron al ebanista y carpintero José Tadeo Morales.

Las obras iniciaron el 2 de septiembre de 1895, así lo informaba a la colectividad merideña de manera entusiasmada El Comercial, el día 8 del referido mes. Ya para el 26 de octubre, notificaba el aludido periódico, se había echado “la última carretilla de tierra en el paseo circular, y con ella se dio término a la penosa labor de terraplenación de las avenidas”, que comprendió “la contribución de todas las cepas, de todos los sardineles, de la base para la pila y el enladrillado de más de dos cuadras de avenida”. Trabajos a los que se le incorporó el día 28 de octubre, onomástico del Libertador, una cripta contentiva de una caja con documentos históricos alusivos a sucesos importantes vinculados con la ciudad de Mérida.

Plaza Bolívar de Mérida, Venezuela, a finales del siglo XIX.

Plaza Bolívar a finales del siglo XIX. Digitalización Samuel L. Hurtado Camargo.

De acuerdo a una publicación El Pueblo, del 12 de enero de 1896, la inauguración de la plaza Bolívar se realizó según el programa correspondiente, con una “numerosa concurrencia”, el 31 de diciembre de 1895. Al poco tiempo, el abandono volvía a reinar en plaza. Así, El Cangrejo, en su edición del 24 de junio de 1896, señalaba que se veían burros y vacas “rascándose en los escaños” de la plaza, y los “maceteros que no son” sufrían también con tales animales, y los enlosados llevaban “a más y mejor, los excrementos”. Posteriormente, el 10 de septiembre, el mismo impreso volvía a denunciar la presencia de animales en la plaza, esta vez, en tono burlesco preguntaba a sus lectores: “¿Cuál es el potrero, donde se la pasan las vacas y los burros?”. A lo que respondía: “La plaza Bolívar con un pastoreador que lo paga el Concejo. Estamos en grande”.

Aunque el 10 de abril de 1897 el presidente del estado, Atilano Vizcarrondo, emitió un decreto disponiendo la continuación de los trabajos de la plaza Bolívar hasta dejarlos “de un todo terminados”, la presencia de animales y abandono de la plaza será un tema recurrente en la prensa regional. Efectivamente, el 31 de julio de 1897 se decía en El Comercial que los vecinos de la plaza se encontraban “alarmadísimos”, ya que algunos creían que en los “grandes matorrales” podía haber tigres y “otros fieros animales”. Incluso, había personas que aseguraban haberlos visto. Los transeúntes, afirmaba el rotativo, “temen también, y los que por allí se ven precisados a pasar para ir a la Iglesia, lo hacen con el mayor terror, creyendo que pueden ser presa de tan temidos cuadrúpedos, pero lo más sensible es que alguno de esos animales pueda entrarse a la Jefatura Municipal y meterles un susto de á folio a los empleados, pero creemos que viendo el riesgo tan inminente, el ciudadano Jefe Municipal haga un empeñato y mande rosar el monte, y solamente con esta medida tan poco costosa, quedan de todo peligro los que hoy se atreven a pasar por la principal plaza de Mérida”.

Entrado el siglo XX la plaza continuaba siendo un potrero, recinto de vacas y burros. El Observador hacía un llamado de atención al Concejo Municipal el 4 de octubre de 1900, precisándoles que la plaza Bolívar reclamaba “un recuerdo” y que se le administrara una “dosis de patriotismo”, para que fuera transformada en una “famosa alameda, con sus pilas, asientos que han desaparecido milagrosamente, pilastre [sic] y cadenas”. Transcurrido un año, el 15 de octubre de 1901, El Sufragio, enfatizaba que la plaza Bolívar y las calles adyacentes estaban convertidas en potreros, a tal punto que las aceras producían “náuseas” por las mañanas, razón por la cual se preguntaba: “¿No tendrán los dueños de vacas un sirviente que les traiga a casa y las conduzca de nuevo al potrero?”

Ante las sucesivas denuncias, un halo de luz volvía a “alumbrar” la plaza. Esta vez, por iniciativa de los merideños Miguel Castillo y Marcial Hernández S., general Manuel A. García F., y el coronel Juan de Dios Calderón, quienes, a “esfuerzos propios e impulsados por un gran espíritu de progreso” lograron el apoyo de los demás vecinos y procedieron a las mejoras del jardín de plaza. Para el 23 de agosto de 1902, El Billete anunciaba que el jardín iba “viento en popa”.

Por su parte, El Cronista, en su publicación del 20 de septiembre de ese año, afirmaba que ya se podían contemplar en la plaza Bolívar “bellísimos jardines”. En ese mismo día El Semanario precisaba las “buenas nuevas”, diciendo que la plaza ya no era el antiguo potrero de vacas y burros que “antes pastaban en ella a todas sus anchas”, y su “aspecto triste” se había cambiado por otro “alegre y agradable”, en donde, “varias familias ayudaron con todo desinterés en la obra, enviando pequeñas plantas y ayudando a la siembra de éstas”.

Al parecer, los trabajos de jardinería de la plaza quedaron muy buenos, ganándose los elogios durante cierto tiempo. El Colaborador Andino, en su edición número 78 del 3 de abril de 1903, no dudó en apuntar que la plaza Bolívar estaba convertida en un hermoso jardín, “gracias a los esfuerzos y constancia de todos los que con cuidado” se habían dedicado a embellecer “la simpática plaza donde se dio en Mérida el primer grito de Independencia”. Asimismo, en un tono vivaz El Cronista decía el 5 de junio que los “bellísimos” jardines de la plaza “deleitan a todo el que los admira, infinidad de flores varias se encuentran allí para todos los gustos. ¿Cuánto valdrá un ángulo de esta plaza así como está, en París?”.

Dos años después, el jardín de la plaza Bolívar “reclamaba” la mano de un jardinero competente. Así fue hecho saber en la sección “notas ligeras” de La Voz del Estado, el 28 de septiembre de 1905. Quizás el llamado de atención llegó a las autoridades competentes, ya que no se recoge en la prensa regional alguna evidencia sobre el abandono de la plaza en los años siguientes. Por el contrario, el 9 de diciembre de 1907 le fue incorporado un nuevo elemento de “utilidad y ornato”, como lo era la fuente de agua que había sido desincorporada en 1895.

La única referencia sobre la situación de desidia de la plaza la ubicamos un lustro después, cuando el 20 de julio de 1912 el periódico El Pueblo, decía que se necesitaba una verja de hierro para la plaza Bolívar, por considerar “doloroso” para el patriotismo regional “la pobreza del alambre” que defendía el parque de las “intromisiones bárbaras de animales y retrógrados”.

La segunda transformación de la plaza Bolívar que la va a consolidar como plaza-jardín se inició el 26 de agosto de 1926, a raíz de un decreto del presidente del estado Mérida que contemplaba un conjunto de obras destinadas a servir de “cónsono marco” a la estatua que del Padre de la Patria se tenía prevista erigir allí. En este sentido, se procedió a la pavimentación de la plaza, construcción de un área central en forma circular, colocación de cuatro fuentes ornamentales distribuidas entre los costados noreste y suroeste, instalación de 18 faroles de hierro forjado y “construcción del parque, siembra de árboles y demás plantas”. Según reseña el periódico Patria, en su edición del 26 de febrero de 1927, las obras estaban próximas a terminarse, e indicaba que el gobernador del Distrito Capital en persona había “vigilado los trabajos ya hecho” y el técnico agrónomo Luciano Cendreiner tenía la responsabilidad de las labores de jardinería.

El 19 de diciembre de 1927 las obras fueron inauguradas solemnemente por el entonces secretario general de gobierno, Florencio Ramírez. Pero hubo que esperar tres años para que finalmente se erigiera el monumento ecuestre al Libertador Simón Bolívar, específicamente durante la conmemoración del centenario de su muerte, el 17 de diciembre de 1930.

Plaza Bolívar de Mérida, Venezuela, a principios de 1940.

Plaza Bolívar a principios de 1940. Foto Carmona. Digitalización Samuel Hurtado C.

Posteriormente, a casi una década, el jardín de la plaza presentaba “ausencia de selección de plantas, descuido y pésima distribución”, razón por la cual, según el periódico Idea, en sus ediciones del 24 de septiembre y 5 de octubre de 1939, el jardín fue sometido a una completa transformación artística “a base del nivelado del terreno” por sus notables irregularidades, cuyas labores estaban bajo responsabilidad del director de las escuelas agrícolas del estado, señor Rafael Herrera Valero, y el señor Samuel Roldán, técnico agrícola al servicio del ejecutivo regional. Dichas obras se ejecutaron a cabalidad e incluyeron la modificación del área central de forma circular por una cuadrangular, siendo hasta ahora uno de los mejores trabajos de jardinería y paisajismo realizados en la plaza Bolívar, cuya estructura, a pesar de ciertas intervenciones en el tiempo, aún se conservan.

Plaza Bolívar a mediados de 1940. Foto Revista Es Venezuela. Digitalización Samuel Hurtado Camargo

Trascurrida más de una década, en el marco de las obras de “embellecimiento” y “modernización” que se realizaban en la ciudad y considerando que la plaza Bolívar requería una “oportuna reparación y embellecimiento”, el gobernador del estado Mérida, Vicente Tálamo, a través del decreto número 235 de fecha 5 de noviembre de 1953, ordenó la reconstrucción por el sistema de granito de las avenidas y del área central de la plaza, sustitución de postes ornamentales de hierro, refacción del pedestal donde se levantaba la estatua del Libertador, mejoras de la jardinería y sustitución de los 24 bancos de concreto por unos de hierro, que estaban distribuidos en cuatro de las ocho avenidas internas. Los trabajos iniciaron en el 1954 y culminaron para el mes de mayo de 1955, invirtiéndose la cantidad de 325 254,06 bolívares.

Jardineras del costado suroeste de la plaza Bolívar incorporadas en la década de los 80. Estado Mérida, patrimonio venezolano.

Jardineras del lado suroeste de la plaza Bolívar incorporadas en los años 80. Foto Archivo Histórico de la Universidad de Los Andes

Desde entonces la plaza Bolívar no sufrirá mayores transformaciones, hasta que durante los primeros años de la década de los ochenta del siglo XX el pavimento de granito que engalanaba las avenidas de este espacio fueron remplazados por uno de cemento martillado, de menor calidad estética y estilo. De la misma forma, los costados noreste y suroeste fueron transformados en avenidas peatonales, se le incorporaron 4 fuentes de agua y 20 jardineras, las cuales posteriormente, en los años noventa, fueron reducidas a 12.

Las respectivas intervenciones fueron duramente criticadas. Al respecto, Christian Paéz Rivadeneira, en su estudio sobre la plaza de ciudad de Mérida, ha precisado que “concebir los espacios libres -ya sean éstos los de las calles o de las plazas- como lugares que para embellecerse deban ser rellenados ofensivamente con toda clase de fuentes y jardineras absurdas, es un tristeza”. Según el arquitecto, con tal concepción se rechazaba con “arrogante ignorancia” el valor social de los espacios públicos.

A partir del año 2009, la desidia y el vandalismo vuelven a retomar los espacios de la plaza Bolívar; esta vez, producto de la insensata e inexorable disputa entre las autoridades del ejecutivo regional y el poder municipal, quienes hasta ahora no han logrado ponerse de acuerdo sobre sus competencias, ocasionando que la plaza no muestre su mejor “cara” en los últimos tiempos. Un artículo de Carlos Guillermo Cárdenas publicado en Frontera el 12 de septiembre de 2016, nos ilustra la situación cuando señala que la plaza Bolívar le generaba sentimientos de “dolor y tristeza” al observar que se había convertido en un “vulgar mercader”, expresado en los diversos “tarantines” de vendedores de la economía informal ubicados en todo el perímetro de la plaza. “Con frecuencia, -apuntaba el articulista- cornetas gigantescas generan un ruido estruendoso en la esquina frente al palacio arzobispal, en un espectáculo realmente dantesco. Mérida y sus pobladores no se merecen esa escena que desdice mucho de la otrora ciudad más bonita de Venezuela”

Descripción

Morfológicamente, la plaza Bolívar ocupa un área cuadrangular de 380,24 metros cuadrados aproximadamente, constituida por ocho caminerías internas que conducen al área central, construidas en concreto y adornadas con granito de color negro y blanco. En su perímetro se levantan 30 farolas de hierro forjado con dos lámparas cada una, distribuidas de cuatro en cuatro en cada una de las ocho áreas en que se subdivide la plaza. Igualmente, en las esquinas y parte central de los costados de la plaza se hallan postes con luminarias Leds dirigidas hacia el interior del lugar y edificaciones adyacentes. En las cuatro avenidas internas que parten de los constados de la plaza se encuentran 24 bancos de hierro forjado y madera, localizados en un área de forma semicircular. Asimismo, la plaza se encuentra dotada de ocho cestas de basura y tres elementos informativos.

El área central donde se levanta el monumento ecuestre al Libertador Simón Bolívar, es de forma cuadrangular de 33,64 metros cuadrados. Alrededor se encuentran ocho farolas de hierro forjado de una lámpara cada una, cuatro postes de hierro con lámparas Leds y 16 jardineras diseñadas a base de concreto y granito, de las cuales, en las ubicadas en el costado noreste se erigen siete astas de hierro.

Monumento al Libertador Simón Bolívar en la plaza de Mérida, Venezuela.

Lateral derecho del monumento al Libertador en la plaza Bolívar de Mérida. Foto Samuel Hurtado C. mayo de 2017

El jardín se compone de un césped de grama verde, en cuyo espacio crecen plantas ornamentales como cayena (Hibiscus rosa-sinensis) y pinos. Alrededor del área central se hallan cinco arecas (Areca catechu L.), palmeras monoicas de 7 a 8 metros de altura. Existe una variada representación de árboles entre los que destaca una amplio número de ceibos y el araguaney (Tabebuia chrysantha Jacq.) bendecido por el Papa Juan Pablo II durante su visita a la ciudad el 28 de enero de 1985, localizado en el costado sureste al frente de la Catedral Metropolitana. En cada una de las avenidas peatonales de los costados noreste y suroeste se encuentran 6 jardineras delimitadas en sus extremos por una fuente de agua.

Valores patrimoniales

La plaza Bolívar ha sido a lo largo de la historia un espacio dinámico, cambiante, escenario de múltiples acontecimientos, reflejo de la vida misma y de la cotidianidad en la ciudad de Mérida, constituyéndose en el lugar por excelencia para la sociabilidad y para el encuentro entre sus pobladores o de quienes la visitan, pues aun con sus variaciones, sigue siendo el corazón de la ciudad en cuyos alrededores permanecen las sedes de los poderes religioso, político, cultural y educativo.

Desde el punto de vista arquitectónico, la plaza Bolívar ha sido definida por Beatriz Febres-Cordero, como un espacio de mucha calidad estética por la riqueza de texturas y superposición de referencias estilísticas expresadas en las edificaciones monumentales que se localizan en su perímetro, especialmente el palacio arzobispal (1933 – 1951), la Catedral Metropolitana (1945-1959), el Palacio de Gobierno (1956-1958) y el Palacio de la Universidad de Los Andes (1955-1956), obras que a excepción de la primera, fueron realizadas por el reconocido arquitecto Manuel Mujica Millán (1897 – 1963), las cuales se convirtieron en el “signo y símbolo de la modernidad en Mérida”. Edificaciones que, a su vez, fueron declaradas Monumentos Históricos Nacionales según publicación hecha en la Gaceta Oficial número 32 039 del 4 de agosto de 1980.

La plaza rinde homenaje al Padre de la Patria, por ello, en su centro se levanta el monumento ecuestre a Simón Bolívar (1783 – 1830), quien el 23 de mayo de 1813 fue aclamado por el pueblo merideño como Libertador en aquel mismo lugar, acontecimiento con el cual Mérida se exalta como la ciudad más bolivariana de Venezuela. De esta forma, y por sus diversos valores socioculturales e históricos, la plaza Bolívar es Patrimonio Histórico Cultural del Municipio Libertador (2004), y bien de interés cultural de la nación (2007) incluida en las categorías Lo construido y La creación individual, del Catálogo del patrimonio cultural venezolano.

Situación actual

La plaza Bolívar posee buen estado de conservación, aunque el jardín requiere un mantenimiento continuo que garantice la perdurabilidad de las plantas ornamentales. Se observa presencia de abundante basura en las entradas de las esquinas norte y este. Algunos bancos exhiben oxidación en las superficies de hierro, producto de factores físicos-ambientales y necesitan sustitución de la madera.

Ubicación

Plaza Bolívar, entre avenidas 3 Independencia y 4 Bolívar, y calles 22 Uzcátegui y 23 Vargas. Sector Sagrario, parroquia Sagrario, municipio Libertador, estado Mérida, Venezuela.

Fuentes consultadas

Cárdenas D., Guillermo. La plaza Bolívar de Mérida, en fronteradigital.com.ve, 16 de septiembre de 2016. https://goo.gl/nyjdus. Consultado el 10 de junio de 2017.

Celis Parra, Bernardo. Mérida: ciudad de águilas. Edición del autor, Mérida, 1997, tomo I; 336 pp.

Febres-Cordero, Beatriz. La arquitectura moderna en Mérida (1950 – 1959). Universidad de Los Andes, Mérida, 2003; 154 pp.

Goering, Christian Antón. Venezuela, el más bello país tropical, Traducción de María Luisa de Blay, Universidad de Los Andes, Mérida, 1962, pp. 115-122. Edición original Leipzig, 1893.

Hurtado Camargo, Samuel Leonardo. La estatuaria pública conmemorativa de la ciudad de Mérida (1842 – 2006): análisis histórico. Universidad de Los Andes, Escuela de Historia (Memoria de Grado), junio 2007, 500 pp.

Catálogo del patrimonio cultural venezolano. Municipio Libertador, estado Mérida. Instituto del Patrimonio Cultural. Región Los Andes: ME-12, 2007.

Memoria que el secretario general de gobierno del estado Mérida, presenta a la Asamblea Legislativa en sus sesiones ordinarias de 1955. Imprenta del Estado, Mérida, 1955; 300 pp.

Páez Rivadeneira, Christian. La plaza mayor de Mérida: historia de un tema urbano. El Libro Menor, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1992; pp. 223.

Picón Lares, Eduardo. Revelaciones de antaño. Universidad de Los Andes, Mérida, 2da. Edición 2008, tomo I; pp. 317-323. Primera edición, Caracas 1938.

Samudio A., Edda O., y Robinson, David J. A son de caja de guerra y voz de pregonero: los bandos de buen gobierno de Mérida, Venezuela 1770-1810. Academia Nacional de la Historia, 228, Caracas, 2009; pp. 410

Ramírez Méndez, Luis Alberto. De la piedad a la riqueza: Convento de Santa Clara de Mérida, 1651 – 1874. Archivo Arquidiocesano de Mérida, Mérida, 2005; pp. 538.

Resolución y decreto sobre la continuación de los trabajos de la plaza Bolívar de ciudad de Mérida. Biblioteca Nacional de Venezuela-Biblioteca Febres Cordero. Sección manuscritos: Documentos históricos. Mérida, 10 de abril de 1897.

Investigación: Samuel Leonardo Hurtado Camargo.

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